Tuesday, October 21, 2008

El experto

Se presentó un poco tarde a la reunión. El tráfico cibernético impedía llegar puntual incluso a las videoconferencias. En seguida comenzó hacer preguntas. ¿Hace cuánto lleva la bitácora? ¿Cuánta gente la ha leído? Del otro lado de la pantalla respondían con dificultad, sin saber muy bien que decir, un poco preocupados. Ante la ambivalencia de las repuestas procedió hacer la oscultación directa. Pidió el protocolo y la referencia "http//. . . " En la pantalla aparecieron varios textos ordenados de manera cronológica. Se coloco el monóculo como si analizara la autenticidad de una piedra preciosa o la precisión de un reloj suizo. Comenzó a repasar el texto apenas poniendo atención. Escrito en una lengua que vagamente comprendía, ponía atención en la puntuación, intentaba desentrañar la sintaxis, comprender el sentido de lo ahí escrito. Tras unos minutos se retiró el monóculo y expresó su veredicto. "He's a writer". La categoría parecía excluir al examinado de otras muchas más, entre ellas, la de experto.

Saturday, October 11, 2008

En el inicio


Hacía tiempo que los adultos habían desaparecido de la isla. Con ellos, todos los fósforos habían también partido. Muchos de los niños no sabían como encender un cerillo, mucho menos un encendedor. “Con el fuego no se juega” solía ser la cantaleta de los padres, seguida por la desaparición de cualquier artefacto que produjera flamas en los estantes más allá de alcance de una persona normal.

Cuando los adultos desaparecieron, pocos fueron los niños que pudieron encontrar cerillos y encendedores a su alcance. Algunos de ellos se deleitaron al instante prendiendo un fósforo tras otro sin que nadie les dijera nada. Otros prendieron cigarrillos a pesar de que sabían que se quedarían chaparros. Algunos le prendieron fuego a algún sillón o alguna cama de su vieja casa. Muchos otros tuvieron que pensar la manera de alcanzar los estantes superiores de la cocina para tener fuego.

El espectáculo luminoso no duró mucho. El fuego, los cerillos y encendedores fueron desapareciendo. Una vez que todos los fósforos de la isla se terminaron, hubo que idear maneras más elementales para encender una fogata. Algunos sabían como utilizar piedras, otros habían aprendido a prender un montón de hojas secas a partir de frotar dos troncos. Como en las películas.

Así fue con casi todo. Encender un cerillo es una cosa, pero prender la estufa y cocinar un caldo de pollo es otra completamente diferente. Para empezar ¿quién sabía donde se encontraban los pollos muertos y sin plumas? No obstante alguien los encontró. Era el hijo de un granjero quien los llevaba al pueblo cada sábado. También había encontrado huevos.

Hacer un caldo de pollo es una cosa, pero manejar un automóvil otra completamente distinta. En realidad los coches no servían para mucho. Aunque alguien los pudiera echar andar había que idear la manera de alcanzar los pedales y conseguir gasolina. Lo mismo pasaba con el ferrocarril. En una ocasión uno de los niños logró echar andar la locomotora y pudo hacer que avanzara. La locomotora desapareció en el horizonte por el puente que une la isla con tierra firme. Del niño que se fue con ella no se volvió a saber nada más.

De esta manera sobrevivieron. Muchos niños se convirtieron en industriosos agricultores. Muchos otros se unieron a tribus de cazadores en el bosque. Joaquín y sus amigos, por su parte, solo pensaban en la manera de dejar la isla. Fue a Matilde a quien se le ocurrió que podían hacer una barco y cruzar el estrecho hasta tierra firme. Fue Miguel quién abogaba por cruzar caminado por las vías del tren. Finalmente Joaquín pensó que debía combinar la velocidad y aventura de la propuesta de Matilde con la seguridad y precisión de la propuesta de Miguel. Construirían un velocarril. Cruzarían el estrecho sobre las vías, impulsados por una vela. Después de todo parecía que las máquinas que echan humo habían dejado de funcionar hace una largo tiempo.